lunes, 4 de mayo de 2009

Nostalgia, la presencia de Meira Delmar

Álvaro Suescún T.
(Escritor barranquillero)
Especial para el VII Parlamento de Escritores del Caribe-

La atmósfera emocional de su lenguaje, la visible intensidad de la expresión y el memorable registro lírico de su poesía fueron herencia de sus tempranas lecturas del romancero español y de los clásicos de la llamada Generación del 98.
De ahí, no de otro lugar ni de otro sentir, son esas imágenes elaboradas con reiteración en las que son notorias sus preferencias por los cielos claros separados por la lluvia, las flores frescas de su jardín, el verde río de la primavera, el corazón encendido, ese amor que nunca fue, el amor ni ganado ni perdido, la voz estremecida del viento en las colinas, y el mar abierto de altos oleajes que regresa a la antigua orilla. Tantos recursos verbales se deshojaban en cascadas de poemas que, desde ese portento que era su memoria sensitiva, nos traía al recuerdo aquellos paisajes literarios que perduran inasibles en el chorro ondulante de sus palabras.
De manera inteligente encontró el modo más apropiado para devolver, al mundo que habitamos, la belleza que nos ha sido conculcada en esos actos de horror y de guerra, que a ella tan mal le resultaban. La nobleza le vino por la convergencia entre culturas diferentes: por la proveniencia de sus ancestros era árabe, por la vertiente abierta de sus palabras se descubría sin dificultades la influencia española, y en la traducción del lenguaje de la naturaleza, ese gozo en la presencia de riberas y playas, se delataba su compromiso caribe, con esa mezcla enriqueció la poesía colombiana de tal manera que no se puede hablar de una altura clara, intensa y pura en la lírica nacional sin nombrarla. Era, más allá de la circunstancia inexorable de la muerte a sus casi 87 años, una presencia dulce, profunda, nostálgica, de una ternura y una generosidad inagotables. Así la percibimos todos los que desde aquel miércoles de marzo quedamos huérfanos de Meira Delmar.
Sus poemarios, publicados entre 1942 y 2007, enriquecen la historia y los caminos de la poesía en lengua castellana: Alba de Olvido (1942), Sitio del amor (1944), Verdad del sueño (1946), Secreta isla (1951), Huésped sin sombras (1971), Reencuentro (1981), Sitio del amor, 1994, Laúd memorioso (1995), Alguien pasa, (1998) y Viaje al ayer (2007), y las antologías Sus mejores versos, (1962), Poesía (bilingüe, italiano y español, 1970), y Pasa el viento (1998), dan cuenta de las preocupaciones y temas recurrentes en su obra: el olvido, el amor redescubierto, la percepción de los paisajes, las asperezas del dolor y sesgos de la historia contemporánea (muy marcada, sobre todo, en Elegía de Leyla Khaled). La Universidad del Norte publicó en su serie editorial en 2003 el volumen “Meira Delmar: Poesía y prosa”, compilación de su obra total, notable esfuerzo en el trabajo de edición realizado por María Mercedes Jaramillo, Betty Osorio y Ariel Castillo.
En Secreta Isla, el cuarto de sus libros, alcanzó el tono de su voz. Tal vez en los tres primeros haya más de una influencia detectable, nadie escapa a ellas, pues es sabido que Meira Delmar se buscaba en esas grandes poetisas de nuestro continente que tanto admiró, pero no se encontró allí. Juana de América, como también llamaban a la de Ibarborou, era un caudal de escritura, rico y abundoso, la alegría que -dicha con las palabras de Meira con mucho de humildad- sus poemas poco tenían de eso. Gabriela Mistral, la divina Gabriela, era el dolor, el llanto, su obra es una herida abierta, y ya sabemos que la sangre es espíritu, de eso no hay en los textos de nuestra poetisa mayor. La rebeldía de Alfonsina Storni tampoco la encontramos en la poesía de Meira que es, tejido de vida y de sueños, cuidadosa y fina. Delmira Agustini prefirió un lenguaje que se mueve en el claroscuro donde se entrelazan cuerpo y alma, esa sensualidad que descubre los impulsos más genuinos también era distante de su poesía que, expresada en el lenguaje del amor, es de realizaciones interiores. En Secreta isla Meira Delmar se veía tal como era, su poesía marca la diferencia, quizá por la presencia del tono nostálgico, en este tema su poesía es de tonos medios, el amor no grita, no tiene exigencias, es un ideal que siempre se está yendo. Pudiéramos encontrar un asomo de sus preocupaciones temáticas en Raíz antigua y Nueva Presencia, los poemas que, cuando le preguntaron cuales escogería para una antología en la que solicitaran algunos de los poemas suyos, ella pidió incluir.
Meira Delmar había sido recibida con honores como miembro de la Academia Colombiana de la Lengua en 1989, desde entonces participaba con aportes novedosos, los mismos que caracterizaron su obra, y hace apenas un año, en 2008, en homenaje a su vida dedicada a la literatura, la Consejería para la Mujer de la Presidencia de la República creó el premio que lleva su nombre, otorgado al mejor libro de poesía femenina editado en el año. Pocas personas han tenido la suerte de dar y sentir el cariño, el afecto de sus amistades que eran muchas y que se manifestaron de múltiples formas. Situados en otro tiempo primordial Juana de Ibarborou, la gran poetisa uruguaya, con quien mantuvo una nutrida correspondencia, le escribió –citando a un pensador francés- que “la amistad es la perfección del amor”, porque el amor es egoísta mientras la amistad permite holguras y, en eso, Meira se realizó plenamente entre tantos personajes que merecieron su cariño, su apoyo y su afecto. Ella lo atribuía a su buena suerte pero todos sabíamos que era su talante y, de eso, se jactaba al decirnos: “mientras exista la amistad, habrá poesía”.
Sus estudios de literatura en Roma y de música en el conservatorio Pedro Biava de la Universidad del Atlántico la alejaron de las formas rígidas de una sociedad permeada por una angustiante sensiblería, y le ampliaron el horizonte intelectual, además de prepararla debidamente para tomar la dirección de la Biblioteca Departamental del Atlántico, en la que estuvo por poco más de tres décadas y lleva hoy su nombre. Hacía presencia en los encuentros y festivales de poesía, allí declamaba sus poemas, incluso en los últimos años cuando perdió la vista y leía su obra entresacándola de la niebla de sus recuerdos. Consciente de la temporalidad de esta vida, estuvo presente y activa en la escena de la cultura, hasta el final. Hace poco más de tres meses viajó a Madrid, y tan sólo una fuerte afección la hizo declinar esa invitación a Bucaramanga, la última, apenas un día antes de su despedida. Hace un par de meses, durante el lanzamiento del año conmemorativo de los poetas Jorge Artel y Candelario Obeso, recitó sus versos en público en una nutrida sesión con la presencia de un convite conformado por algunos de los mejores poetas colombianos, en Cartagena.
Meira Delmar, cumbre poética del litoral Caribe, alcanzó la estatura de las voces esenciales de la lírica iberoamericana. Entregó su vida al ejercicio de la literatura por eso su obra, con sobrados méritos, le valió ser postulada este año al Premio Iberoamericano de poesía Reina Sofía, en España, con grandes probabilidades de obtenerlo. Alguna vez nos dijo que no podía dejar de pensar en la muerte, porque “estaba presente todos los días, le tenía antipatía porque se presenta sin que uno la llame, sin que uno la espere, sin que uno la quiera”. Pensando en contrarrestar esos efectos devastadores que hoy nos afligen nos dejó escrito, premonitoriamente, el testimonio de su despedida:
“Yo dejaré la vida como un ramo de rosas/ que se abandona para proseguir el camino/ y emprenderé la muerte/ detrás de mí, siguiéndome/ irán todas las cosas amadas/ el silencio que nos uniera/ el arduo amor que nunca pudo vencer el tiempo/ el roce de tus manos/ las tardes junto al mar, tu palabra”.
Este homenaje que le brindamos en el VII Parlamento de Escritores del Caribe, por demás programado para hacérselo en vida –y ella conocía de nuestras intenciones- por causa del destino fiero, especialista en malas jugadas, se convierte en el primero que se le brinda tras su ausencia. Y aunque tenemos razones para las lágrimas, también nos sentimos cerca del tiempo jubiloso, la felicidad, por haber tenido cerca a nosotros a la más insigne de las poetisas contemporáneas, su presencia fiel y continua entre los escritores, sus encuentros y desencuentros, hace crecer los sentimientos de nostalgia ante su ausencia, y nos obliga a tener el corazón dispuesto para recordarla en el altar de su poesía.

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