martes, 31 de agosto de 2010

Crónica

Los Claroscuro del Premio Nobel
Por Miguel Ortiz
(2 de noviembre de 2009)

El Premio Nobel (pronúnciese /no’bɛ:l/) de Literatura es uno de los cinco premios que instauró Alfred Nobel en su testamento, con la intención de galardonar al escritor que “haya producido en el campo de la literatura la obra más destacada, en la dirección ideal”. El Premio es otorgado por la Academia Sueca desde su nacimiento, en 1901.

Se trata, sin duda alguna, del premio literario más (re)conocido, seguramente el más importante y, como no podía ser de otra manera, uno de los más controvertidos. Mucho se ha dicho sobre las injusticias que se han cometido con grandes autores del siglo XX pero creo que muchas de las críticas hacia la Academia Sueca son simplonas o ventajistas; aunque tampoco quiero decir que no haya que criticar las decisiones de quien se ha autoproclamado como la institución adalid de la literatura universal, sino que hay que ser lo más justo posible.



Ante todo hay que tener en cuenta que es un premio dado por una sociedad de carácter privado compuesta por individuos que, como tales, tienen sus gustos personales. Lo segundo a tener en cuenta es que sus dieciocho miembros son suecos y, por lo tanto, su lengua materna es el sueco. Por lo tanto me imagino que, aunque sepan más idiomas, muchas de las obras presentadas han de leerlas traducidas, con lo cual les resultará más sencillo apreciar la calidad de una novela publicada en sueco o en inglés que un poemario en coreano o en gallego.

Los datos pueden ser leídos de múltiples maneras pero, desde el punto de vista de nuestra comunidad lingüística, es sorprendente el hecho de que sólo han sido galardonados diez escritores en lengua castellana, cinco españoles y cinco latinoamericanos; los últimos, Camilo José Cela en 1989 y Octavio Paz un año después. Especialmente flagrante me parece el caso de la Argentina, que contando con una de las literaturas más importantes de la segunda mitad del siglo XX no ha recibido ningún reconocimiento. No se lo dieron ni a Julio Cortázar ni a Jorge Luis Borges cuando debieron y, actualmente, Ernesto Sábato lo tiene difícil por ser más ensayista que novelista y por sus vaivenes ideológicos.

En el otro lado de la moneda están los países nórdicos: Suecia tiene seis premiados, Dinamarca y Noruega, tres, y Finlandia, uno. En principio es lógico que en cien años hayan condecorado a media docena de autores autóctonos y otros tantos de los países vecinos; ocurriría lo mismo en cualquier lugar del mundo: si el Premio lo diera la Academia Galega tarde o temprano habría un Nobel gallego. Suele decirse que Cela es el primer y único Nobel de la Literatura de Galicia pero no, no nos engañemos: jamás escribió en gallego y renegaba de la cultura y la lengua gallega. Yo personalmente, teniendo en cuenta el parentesco, siento mucho más cercano el reconocimiento a José Saramago.

Lo que pasa es que hay casos flagrantes de endogamia: en 1974 Vladímir Nabokov, Graham Greene y Saul Bellow estaban en las quinielas, pero fueron finalmente eludidos para premiar Eyvind Johnson y Harry Martinson, autores poco conocidos fuera de Suecia y cuyo mérito principal parece que fue que eran miembros de la Academia Sueca.

Todas las comunidades lingüísticas del mundo tendrán sus propias quejas y seguramente no les faltará razón. El Premio Nobel siempre ha presumido de su carácter universalista y muchas veces nos ha descubierto autores desconocidos, ejerciendo de altavoz cultural, pero no es del todo cierto, sobre todo durante los últimos años. En más de cien años de historia, sólo han sido premiados cuatro escritores africanos, dos sudafricanos, un egipcio y un nigeriano, de los cuales sólo el egipcio, Naguib Mahfuz, escribió en árabe (los demás en inglés).

El asunto es muy similar para los asiáticos: sólo cinco premiados, dos japoneses, un chino, un israelí y un bengalí (contando a Rusia y Turquía como países europeos o, al menos, no sólo asiáticos, ya que sus literaturas miran al viejo continente). Estados Unidos ha logrado once premios (más que toda la lengua castellana) y aún lloran alguna que otra injusticia. Europa se lleva la palma pues: suma más de ochenta premiados. Desde 1995 todos los condecorados son europeos excepto dos: John Maxwell Coetzee, sudafricano que escribe en inglés, y Gao Xingjian, que escribe en chino pero está nacionalizado francés porque huyó del régimen comunista de su país de origen.

Así que el Nobel de Literatura parece estar en horas bajas. Después de quitarse de encima el sambenito de ser un premio demasiado politizado, ahora que el mundo se ha globalizado está cometiendo el error de cerrarse a Europa. Un tremendo error ya que la mayoría de escritores europeos no necesitan ganar el Nobel para que su obra llegue a un buen número de gente, cosa que no ocurre en otros continentes. Eso debería ser el Nobel: un premio que descubriera literaturas poco conocidas, sobre todo a los europeos, tan acostumbrados a mirarnos sólo nuestro ombligo, y que apoyara a las lenguas minorizadas (que no minoritarias como se suele decir erróneamente): sólo ha premiado una obra en occitano (la de Frédéric Mistral en 1904) y una en yidis (Isaac Bashevis Singer, 1978). ¿Algún día premiaran una obra en catalán, euskera o gaélico?

Hay muchos escritores a los que les llegó la muerte antes que el reconocimiento de la Academia Sueca. Los casos más llamativos son, además de los ya nombrados Cortázar, Borges y Nabokov, Marcel Proust, James Joyce, Emile Zola, Franz Kafka, Liev Tolstói... Y me vais a permitir que una a la lista a Federico García Lorca, al que si no hubieran matado… Para acabar una pregunta (no retórica, como la anterior): ¿quién creéis que se merece actualmente el Nobel de Literatura? A mí se me ocurren Salman Rushdie (por su figura sociopolítica) y Javier Marías (porque cada día está más en boca de todos).

miércoles, 25 de agosto de 2010

CALIXTO OCHOA OCAMPO



“El humanitario” por excelencia
Por Eddie José Daniels García

Ningún título me podría resultar mejor para calificar este artículo sobre Calixto Ochoa Ocampo, el reconocido acordeonista y compositor caribeño, radicado hace muchos años en la ciudad de Sincelejo, y que tantos aportes significativos le ha brindado al folclor vallenato durante más de medio siglo. Y lo califico de “el humanitario”, porque éste es el nombre de una de sus más bellas canciones, grabada hace ya varias décadas, que él mismo compuso para calificarse personalmente, y hoy, tanto por su contenido como por su forma, es catalogada como una verdadera pieza clásica dentro de la música colombiana.

Siempre he considerado que el talante musical de Calixto Ochoa Ocampo, al igual que el de muchos otros compositores colombianos, está marcado por un sello de perfecta originalidad, difícil de aplicarle comparaciones veleidosas o imitaciones temáticas. Porque, resulta imposible desconocer, que el tenor de la gran mayoría de sus canciones está matizado con un sobrio lirismo, muchas veces de tono dramático, que cala sutilmente en el sentimiento de todas las personas que son fanáticas de sus composiciones. Y creo que no existe un solo colombiano, concretamente de la Costa Caribe, que no haya experimentado en algún momento el deleite emocional que producen los episodios narrados en sus infinitas creaciones musicales.

Y, en relación con los ritmos y las notas melódicas, Calixto Ochoa Ocampo, al igual que otros prestigiosos acordeonistas, como Alejandro Durán, “Colacho” Mendoza, Alfredo Gutiérrez y Emilianito Zuleta, son auténticos maestros en el manejo de este maravilloso instrumento. Sólo ellos, puede afirmarse con absoluta seguridad, han creado escuelas dentro del arte vallenato y exhiben un estilo inimitable, que los presenta como verdaderos artistas de este género musical. Porque, dentro de la interminable lista de músicos y cantantes que existen o han existido, contemporáneos o posteriores a ellos, es fácil identificar la influencia que estas nuevas generaciones han recibido de los grandes acordeonistas mencionados. Nadie ha podido escapar al embrujo producido por los bajos complacientes de Alejo Durán o a las notas penetrantes y sugerentes de Calixto Ochoa.

Durante mi larga permanencia en Sincelejo, que supera ya los treinta años, he tenido la oportunidad de charlar y compartir con el maestro Calixto en diversas ocasiones. Pero, de todos nuestros encuentros, el más fructífero ocurrió a comienzos de de 1987, hace casi veinticinco años, en una invitación que él le cursó a don Álvaro Sprockel Mendoza, cuando éste se desempeñaba como rector del Instituto Simón Araujo de esta ciudad. El gran compositor deseaba agradecerle unos cupos que don Álvaro le había facilitado en el mencionado colegio. Ese día, sin ningún conjunto abordo, sin ningún acompañante, el Maestro se lució ejecutando el acordeón y cantando fragmentos de sus canciones preferidas o de aquéllas que gentilmente le solicitábamos. Durante la velada, tuve tiempo de sobra para apreciar su sencillez, valorar su carisma y sus calidades humanas y, sobre todo, pude comprobar su tremenda capacidad creadora y su insuperable talento musical.

Desde muy joven he profesado una gran admiración por la música y las canciones de este destacado compositor caribeño. Recuerdo mis años de estudios en el Colegio Pinillos de Mompós, centrados en la década de los años sesenta, cuando experimenté las primeras sensaciones que me causaron los discos de Calixto Ochoa, quien en ese tiempo solía ir con asidua frecuencia a la “Ciudad Valerosa” para amenizar las casetas existentes en esa época. Guardo en mi memoria los infinitos placeres que me producían las notas de discos inmortales, como “Los sabanales”, “Playas marinas”, “Lirio Rojo”, “Mata e’ caña”, “El parquecito”, “La reina del espacio” y muchos más, cuyas melodías inefables causaban demasiado placer y llenaban de furor y emoción a los enloquecidos bailadores.

También, desde esa época empezaron a llamarme la atención las distintas creaciones dedicadas a las mujeres, que, seguramente, habían tenido alguna significación en su vida. Algunas composiciones tituladas con los nombres de pila, como Diana, Marta, Marily, Miriam, Norma, Irene, Norfidia, Crucita, Amparito, y, otras veces, canciones dedicadas a mujeres, calificadas con adjetivos cariñosos, como “La china”, “La llanerita, “Muñeca linda”, “Palomita volantona”, o también, con atributos despectivos, como “La india motilona”, “La ombligona” o “La flaca vitola”. Asimismo, como solía ocurrirle a mucha gente, me despertaban el interés aquellos discos con temas pintorescos, como “El pirulino”, “Remanga”, “El calabacito”, “El viejo del sombrerón” y otros similares que causaban muchísima satisfacción en los oyentes.

Sin embargo, dentro de su abundante repertorio temático, solo comparable a las extensas producciones de los compositores José Barros y Jorge Villamil, la canción del maestro Calixto Ochoa que desde siempre me llamado la atención es “El humanitario”, grabada por él hace casi medio siglo y más tarde por el conjunto de Poncho Zuleta y “Colacho” Mendoza en 1975. Y me causa admiración, porque sabiendo que el autor tuvo una escasa formación escolar, ésta es una pieza que se caracteriza por presentar una arquitectura perfecta. Son tres estrofas de versos alejandrinos con rima vocálica alternada y una pausa interna en la sílaba octava, lo que origina dos hemistiquios desiguales de ocho y seis sílabas, respectivamente. Al entonarla, las estrofas resultan de seis y ocho versos, debido a la repetición en pares que, para darle más belleza a la melodía, les aplica el autor.

Tengo conocimientos de que el maestro Calixto Ochoa Ocampo es natural de Valencia de Jesús, un llamativo pueblo del Cesar, donde nació en 1934. Sin embargo, hace más de medio siglo se radicó en Sincelejo, y aquí se dedicó a perfeccionar el manejo del acordeón, afición que había iniciado siendo muy joven en el hogar familiar. En esta ciudad se conoció con Alfredo Gutiérrez, con quien ha mantenido una entrañable amistad desde comienzos de los años sesenta. Se coronó como tercer “Rey vallenato” en 1970 y desde entonces se ha mantenido en el pináculo de la fama como uno de los mejores acordeonistas y compositores de Colombia. Ha sido galardonado con varias medallas y distinciones en diversos departamentos, y son incontables los premios y trofeos que ha recibido por la popularidad de sus canciones.

Hoy, alejado un poco de la creación musical, y acosado desde hace algún tiempo por unos ligeros quebrantos de salud, permanece en su residencia de Sincelejo, siempre en estado de alerta para superar cualquier crisis momentánea. Aquí, fiel a la intención de seguir explotando su talento artístico, continúa saboreando la gloria que le reportaron sus canciones magistrales, atendiendo a los amigos que lo visitan frecuentemente, manifestando su solidaridad comunitaria y demostrando, a todas luces, que sigue siendo para todos los colombianos y, en particular para sus muchísimos admiradores, el genial compositor polifacético, pero, sobre todo, “el humanitario por excelencia” de la música vallenata.

Sincelejo, 18 de julio de 2010

e-mail: eddiejose2@gmail.com