martes, 2 de agosto de 2011

Joe ... África te espera

Joe… África te espera
Por Antonio Prada Fortoul

 
Si Alvaro José Arroyo en vez de haber nacido en un barrio periférico de Cartagena de Indias, lo hace en Nigeria, en Malí, Senegal, Gabón, el Congo o en cualquier país oesteafricano, al culminar su iniciación en los Misterios Menores lo hubieran proclamado y consagrado como Griot entrenándolo en los templos iniciáticos de las honduras de la manigua africana en el arte de la mnemotecnia y la religiosidad ancestral.

El Joe era un Griot urbano.

Tenía la formación de un oficiante que hizo de la palabra rima y de su pensamiento ritmo.

Ese oficio como cantor lo aprendió de los sacerdotes de la palabra de San Basilio de Palenque que en el barrio Nariño lo ungieron desde niño para que oficiara como mensajero de los Orishas, especialmente de Changó, que era su Orisha protector o Ángel de la Guarda según los usos y costumbres de la etnia yoruba. Era un transmisor de alegrías y sentimiento a través de su arte, un ungido desde su nacimiento por las divinidades del panteón yoruba que culminó su misión de manera perfecta, marcando un hito en la historia musical de Colombia, del Caribe y del mundo.

Para el africano de todas las oriundeces de ese continente la danza es una oración, el canto plegaria y la imaginación poesía fabulante.

Por la sangre de Joe Arroyo cabalgaban todos esos genes, por sus venas circulaba todo ese mensaje divino otorgado por Olodumare a unos pocos elegidos, era un clásico exponente de esta condición.

Su hábitat desde muy niño estuvo permeado por elementos de incuestionable africanía que coparon toda su cotidianidad, la influencia de un entorno conformado por familias de noble oriundez de San Basilio de Palenque permeó su imaginario y enriqueció sus saberes con una ritmación palenquera que se remonta a siglos de tambores encantados, de magia, de mar, sol, selva, galeones, danza y sacralidad.

En estos días de duelo, en San Basilio de Palenque, Siquito, el anciano poseedor de la sabiduría ancestral de los paleros congos y los ganguleros de mayombe, Encarnación Padilla “Caná”, Manuel Perez poseedores de los saberes y conocimientos del ayer, del hoy y del mañana en compañía de ancianos, ancianas y amigos del Joe en ese hermoso asentamiento tribal, realizan un Lumbalú en los mundos superiores con incesante percusión del tambor pechiche para guiar al Joe al sitio de su “nueva residencia”.

El pechiche retumba con su sonoridad mágica y sacral, la gestualidad danzaria de los orantes le indica con su semiología al alma del cantor, el camino hacia los patios infinitos donde moran los ancestros con nombres sonoros como Kanú, Benkos Biohó, Okoro, Okeke, Nzinga, Orika, “Batata”, Lumumba y el mandinga Sundjata que lo esperan para unirse al coro celestial que le canta a los dioses uniendo su voz a la de Benny Moré, Miguel Matamoros y Celia Cruz acompañado por la mágica percusión de los tambores de Paulino Salgado el inmortal “Batata”, quienes lo abrazan cariñosamente “allá” en su nueva morada.

Hoy, al igual que gran parte de la población, me tocó presenciar en el marco de la ceremonia fúnebre, el sonido encantador de la música del Caribe expresada en esta ocasión de manera franca y espontánea, la ritmación mágica y cadenciosa de los cadenciosos currulaos del pacífico que hicieron presencia rítmica y funebria en el ritual incomprensible para muchos pero que le dieron gran relevancia religiosa y especialmente sacral a este evento que pasó desapercibido para muchas personas. La coralidad, los cantos bantúes y bambaras de Esperanza Biohó, Olga Perea y otros cantaores rituales reconocidos, acompañados de esa sensualidad gestual que a pesar de lo aparentemente alegre, era supremamente triste y apesadumbrada.

Muchos se percataron de la presencia de entes divinales africanos llamados por los cantos chocoanos para acompañar al Griot universal al Oriente Eterno.

La gestualidad en el baile que vimos en el entierro y en la velación en algunos de sus pases movimientos y giros se nos hizo muy similar a las danzas alusivas a Yemayá en una playa del Caribe o en ocasiones a la gestualidad danzaria o bailes realizados en los eventos teofánicos cuando “baja” Elegguá, Changó, Oggún, Ochún u otro Orisha, a montar a uno de los “caballos”, es decir, los religiosos poseídos temporalmente por algún orisha referenciado percusivamente a los cuales al momento de “bajar”, se le hace su toque respectivo.

Esa gestualidad al “bailarle a un orisha” determinado, es exactamente igual a la que se realiza en cualquier lugar del país, hoy la apreciamos en toda su plenitud en la tarima, en los presentes que espontáneamente expresaban “algo” en los funerales del inmortal cantor.

Al Orisha se le baila con esa gestualidad desinibida y franca que vimos en el entierro del Joe, también con ese tipo de danza se le habla, se le increpa y se le pide.

Interpretar la voz del Orisha en sus nuevos estares, debió ser el primer gesto rebelión del africano cimarrón en América.

Es acudir al llamado de la Voz de los Ancestros, como decía el poeta cartagenero Jorge Artel, un iniciado en los Misterios tanto en Cartagena de Indias como en Santiago de Cuba. Es pedirle a la naturaleza favores, a los Orishas representados en piedras a las que los yorubas consideran el cerebro de la naturaleza, es acudir a la intuición como el elemento que desata la magia y se anida en donde sea que esté el nicho fantástico de la inteligencia humana.

Los yorubas, bantúes, yolofos, bijagos etc., que trajeron como esclavizados a América, trabajaron con yerbas y palos para sanar a las personas, para prevenir conflictos, para aumentar el amor y el erotismo, todas esas manifestaciones fueron temas de las canciones de nuestro Griot, Alvaro José Arroyo.

Joe con sus vestiduras de Babalao, en todas sus canciones enviaba mensajes a los Orishas, y para congraciarse con ellos a través de sus prosa musicalizada le llevó girasoles para mi Oshún, azucenas a Obbatalá, príncipes de pura sangre para Shangó, Yemayá y las siete potencias africanas y para Babalú Ayé gladiolos blancos. Un gallo rojo para Shangó, palomas blancas a Obbatalá, un pato a Yemayá, un chivo para Elegguá, una paloma para Oggún. Un garabato de guayabo para Elegguá, un cogollo puntudo de palma real para Changó, un ramo de albahaca para Obbatalá, unas hojas de siempreviva para Orula y ramas del palo de mango para los muertos (Eggun).

Esas eran las canciones de nuestro desaparecido Griot Alvaro José Arroyo y parte de sus temas, melodías cantadas con un inmenso y profundo fondo religioso incomprensible para muchos televidentes que solo miraron “la parte externa” de la velación y el entierro.

Había una mezcla de etnias africanas haciendo presencia religiosa ostensible y tangible.

Los africanos de la etnia yoruba nos enseñaron lo que la antropología moderna define como animismo como culto a la naturaleza que le asigna alma a los elementos de los reinos animal, vegetal y mineral y del universo. Lo que define como manismo o culto a los antepasados y a los muertos, y el psiquismo que le pone a la inteligencia humana como lo más grande que hay en la naturaleza y en el universo. Hoy rindiéndole culto al mas grande exponente musical de nuestra Afrocolombianidad, a un Griot del Caribe y aeda urbano, lo despedimos como lo hacen los sacerdotes yorubas:

Aché amigo Joe ¡Que Ibaé Iban Tonú!