domingo, 28 de junio de 2009

Ensayo

Nora Carbonell
Fugacidad y el esplendor en la poesía de Meira Delmar

Introducción

Meira Delmar partió en su último viaje de la manera como había vivido, discreta y levemente: “Entonces yo me iré. Tan vagamente como se va un camino me iré”. Nos dejó sus versos de singular tono clásico y esplendente como joyas en el contexto actual, donde prevalecen las modas poéticas de aburrido color; sus versos sin laberintos estilísticos ni discursos desesperados, su poesía con la fluidez de un río y la impetuosa insistencia de “su mar”.
Meira ejerció para sus contemporáneos, el mayor de los magisterios: el de su maravillosa finura de espíritu. Fue generosa ante el aprendiz que le mostraba sus tímidos versos, veraz ante el escritor con erradas presunciones. Siempre tuvo para todos, lo mejor de sí: su amistad sin límites, una palabra amorosa, un apunte gracioso, una mano extendida, una frase genial, un preciado recuerdo.
“El tiempo es redondo y atormenta” escribió el poeta Eugenio Montejo. Vivimos a merced del tiempo, elemento cosmológico que determina nuestras estaciones vitales, cierra nuestros ciclos y juega con nuestros planes. Cuando quiere o cuando debe, Él se lleva a los que nunca deberían irse, a los seres que desearíamos tener para siempre. Se llevó a Meira y nos dejó a nosotros para otra ocasión, nos dejó huérfanos de su presencia, pero inmersos hasta el asombro en su profunda filosofía del Amor y la Palabra.

Fugacidad y esplendor en la poesía de Meira Delmar
Con frecuencia me pregunto qué puede agregar un análisis, más o menos entusiasta a ese orden o desorden de palabra y silencio, de claridad y misterio que brinda la poesía cuando es poesía. Ya lo dijo Octavio Paz: “El poema se cumple a expensas del poeta”. O sea, que ni siquiera la intención del autor prevalece contra su designio autónomo. Por ello, estos apuntes sólo pretenden ser el itinerario de mi acercamiento particular a la poesía de Mera Delmar, notas de lectura de unos versos celebrados por grandes críticos…
Meira, la muchacha eterna y encantada, no requiere presentación. Además como dijo el inolvidable crítico y profesor de arte, Campo Elías Romero – quien debe estar haciendo sonreír a los ángeles-, al iniciar un homenaje organizado por el Centro Artístico de Barranquilla en el año 1.985: “Presentar a Meira (…) quién podría ser capaz –yo me pregunto- de presentar al mar, inaugurar la rosa o describir cabalmente la melancolía?”
Basta con recordar valiosos testimonios que respaldan el prestigio de Meira, en Colombia y en América; no desde ahora sino desde los inicios de su trabajo poético, cuando aún era adolescente. Estas voces autorizadas deben inaugurar mis tímidas apreciaciones.
En 1.942, al aparecer su primer libro: ALBA DE OLVIDO, la universal Juana de Ibarbourou había vaticinado a la joven poetisa: “…si no se deja copar por las cosas de la vida, si le es fiel a la poesía, será usted uno de los grandes valores líricos de su patria y de América”. Es de anotar que en el año 1.992 fue reeditado este libro, dentro de la colección Clásicos costeños que el Museo Romántico de Barranquilla editó como homenaje a la obra de importantes escritores de nuestra región.
En 1.944, el escritor ecuatoriano Benjamín Carrión, escribía un elogioso comentario sobre SITIO DEL AMOR- segundo libro de Meira- en la revista CASA DE LA CULTURA ECUATORIANA, del cual cito el siguiente aparte: “En una hora de estremecido júbilo, puedo traer a América esta anunciación: nos ha nacido una nueva, una gran poetisa. Se llama en verdad, Meira Delmar? (…) Esta voz de mujer colombiana , en trance de poesía, es una bella, una delgada, una diáfana voz. Toda interpretación la opacaría”.
Gregorio Castañeda Aragón, escribiendo desde Belén de Pará en Brasil, se expresaba de los poemas de VERDAD DEL SUEÑO, publicado en 1.946, de la siguiente manera:: “Ésta de Meira es una poesía (…) de mujer, sin arrebatos, de castas dulcelumbres entonadas en una lengua joven, no tallada en celestiales piedras, sino en el verde móvil del árbol que canta como en los cuentos”.
El 20 de junio de 1.951, Gabriel García Márquez dedicó su columna La jirafa, de el periódico EL HERALDO, a comentar la aparición de SECRETA ISLA, el cuarto libro de Meira y puntualizaba: “Deseo llamar la atención a los lectores de SECRETA ISLA sobre la diafanidad verbal, la nobleza de las palabras con que la poeta entrega su estremecimiento interior. A quienes seguimos, desde la publicación de ALBA DE OLVIDO, hace 10 años, la trayectoria de esta exquisita y a un tiempo, fuerte escritora, nos corresponde advertir la casi verticalidad con que progresa la gráfica de su dominio idiomático”.
REENCUENTRO, en 1.981 y LAUD MEMORIOSO en 1.995, recibieron emocionados comentarios de las más destacadas personalidades de Colombia y el mundo. Cada uno expresó su visión particular sobre el trabajo poético de nuestra excelsa poetisa.
Luego apareció su libro ALGUIEN PASA en 1.998 con 22 bellísimos haikús entre otros memorables poemas como Carta a un poeta, dedicado a Raúl Gómez Jattin, in memoria, y en el año 2.003, ediciones Uninorte publicó una antología con la obra completa de Meira Del Mar, en verso y en prosa. En esta obra, los editores: María Mercedes Jaramillo, Betty Osorio y Ariel Castillo recogen comentarios sobre la trayectoria poética de Meira y le hacen un homenaje a su labor poética.
¿Qué puedo agregar, como lectora, a estas voces autorizadas? ¿Qué puedo expresar que no haya sido escrito o sugerido?
Me parece- es mi visión, mi asombro, mi estremecimiento- que todos sus libros constituyen un unitario y secuencial poema. El resumen de los acontecimientos de su patria interior, de la cual sólo podemos percibir las siluetas, como las altas murallas que se adivinan refulgentes, pero infranqueables detrás de la bruma. Un universo hundido en el ensueño y que se muestra en la “relampagueante intermitencia de sus versos”, según frase de ADEL LÓPEZ GÓMEZ.
La poetisa construyó ese país particular, del cual avistamos los maravillosos contornos, partiendo de la contemplación ávida del gran exterior: el mar, su mar, la naturaleza, lo cotidiano y la gente; pero sobre todo de las experiencias interiores que son el cedazo por donde pasa lo colectivo para adquirir sentido en cada persona, relámpagos con los que se ilumina la vida, el humano viaje. Rilke aconsejaba al joven Capuz que ante todo se afincara en su interioridad para encontrar la poesía. La experiencia interior es la fuente del conocimiento profundo de sí mismo y de los otros. Ensoñación, meditación, oración, reflexión, pausada observación; en suma, capacidad de mirada interior que se convierte en mirada múltiple.
Creo que son las experiencias interiores, las más importantes en la poesía de Meira, comenzando por la del SILENCIO. De esto saben mucho los místicos, Sor Juana, Fray Luis, Santa Teresa…algo Rimbaud. La experiencia del vacío total, despejarse de las vestiduras internas y deambular por las moradas del espíritu sin dejar ningún testimonio del viaje, sólo silencio, esa música sin partituras ni instrumentos.
Y en ese país interior de Meira, la experiencia del AMOR, pasajero y eterno, como sólo pueden serlo los grandes amores. Amor que se vuelve presencial en la ausencia y marca toda su poesía.
Y la conciencia clara y valiente de la MUERTE como horizonte inevitable. Desde “OLVIDO”, poema con el que inicia su primer libro ya le canta a la muerte, casi retándola: “Ha de pasar la vida. Ha de llegar la muerte//. He de quedar tendida bajo la tierra, inerte //insensible, callada, como estatua de cera// que al romperse enredazos abandonada fuera//…” Sobre el tema de la muerte tendremos que volver más adelante.
Y la SOLEDAD, apetecida en su libro SECRETA ISLA cuando la llama “Habitadora clara de mi ciudad secreta” y que se va devastada por la llegada del amor.
Y el TIEMPO que huye y que encuentro ligado a las múltiples imágenes de luz y color en la poesía de Meira. Según Gilbert Durand en su libro “Las estructuras antropológicas de lo imaginario”, al símbolo del tiempo fugitivo, podría oponérsele el simbolismo simétrico de la huida ante el mismo tiempo o de la victoria sobre el destino y sobre la muerte. Porque las figuraciones del tiempo fugaz no son más que excitaciones al conjuro, invitación imaginaria a emprender una salida por mediación de la imagen. Visionar el tiempo bajo su aspecto ininteligible es someterlo a una posibilidad de exorcismo mediante las imágenes de la luz. La imaginación atrae el tiempo al terreno en que puede vencerlo con toda facilidad. Toda anunciación de peligro, en la representación lo minimiza. Frente al tiempo fugaz que arrasa con el amor y con la vida, la luminosidad que lo conjura. Contra la fugacidad, el esplendor.
Los azules brillantes, las figuras del mar, la rosa, los árboles, el alba, el crepúsculo, “la danza de colores del verano”, “los pájaros, las nubes y el cielo siempre huyendo” entre muchas otras, constituyen el rastro de la intimidad de esta poesía. Son la luz que aparece al anverso de la fugacidad y ésta a su vez disuelve los objetos, hace perder a los contornos sus líneas precisas, borra lo pintoresco en beneficio del esplendor.
ALBA DE OLVIDO, por ejemplo, es un canto al amor huidizo y habla de la vida como de “una barca que cruza mares hondos; llevando en sus velas, el crujido sordo de las cosas que se rompen”. El viento –sublimación de lo majestuoso- como presencia persistente, es la levedad aérea que hace que el amor se presienta como la ráfaga que llega y se va…quedando sólo el silencio…”Un tremendo silencio! Y la sombra de Dios” En este poemario, el tiempo que pasa inexorable hace que la hablante lírica exclame:
“Ay! Qué se detenga el tiempo
Ahora que somos dueños
Del tesoro milagroso de los sueños!
Ay! Que se detenga el tiempo
Ahora que está el amor
Como un repique de fiesta
Cantando en mi corazón…!
Es en SITIO DEL AMOR, donde la dualidad fugacidad- esplendor se vuelve designio del excepcional sentimiento. La poesía, forma de lo inexpresable, nombra el rostro intangible del amado y su presencia- ausencia en el recuerdo, “más allá de la emoción, del silencio y del misterio”; detrás del viento, de la rosa, de lo ascendente y lo evanescente. “Es un amor en fuga – escribió Ignacio Reyes Posada, en comentario a este libro- Es la ausencia de lo que pudo ser. Aún en aquel sendero que conduce a la entrega, su voz encuentra una ruta de elevación. Y viene a situarse en frente del recuerdo: ¿Cómo será la ausencia, cómo el no ser, cómo el olvido? Es la angustia nueva que viene a darle la clave de la fuga”.
En las canciones, romances y sonetos de SITIO DEL AMOR; junto a la sutileza de lo pasajero, el esplendor se materializa en la plenitud del espacio, en el mar multiforme – símbolo de la inmensidad íntima-, en la tarde que se desvanece en un instante magnífico y en las tonalidades que definen muchos versos. Según Goldstein y Rosenthal, citados por Gilbert Durand en el libro que mencioné anteriormente, el azul actúa en el sentido de “un alejamiento de la excitación, de un acercamiento al reposo y a la tranquilidad; y el dorado, es representativo de la espiritualización”.
VERDAD DEL SUEÑO se divide en dos partes: “Sonetos de amor y alabanzas” y “La comarca delirante”. En ambas se reafirma la esencialidad de la poesía de Meira: con los acentos primordiales de lo entrañable y lo extenso, vuelve a cantar el misterioso sentido de la nostalgia. En esa comarca donde el ensueño es la atmósfera en la que se mueven sus fantasmas, la poetisa siente el asombro de lo fugitivo, de lo irremediablemente pasajero y esa certidumbre se hace cada vez más intensa, aunque ella sepa que hay “una desolada ciudad donde no muere lo perdido”.
El carácter de lo esplendente toma fuerza en este libro. Son abundantes las imágenes alusivas a la transparencia, al cristal, a la tarde dorada: “El cielo es de cristal y melodía// y a su dulce comarca llega el día con un paso de niño iluminado”// . “Estoy , amor, en ti y en el dorado desvelo de tu clima deleitoso”. “El viento es otra vez un manso río de jazmines abiertos.”
Los sonetos de amor y alabanza contenidos en VERDAD DEL SUEÑO, cantan al paisaje como al estallido de un instante que se desborda y lo recóndito en las leves cosas, establece una lejanía deliberada: ni el mar demasiado real, ni la tierra demasiado tierra: “Los árboles, en el temblor del agua, parecen esfumados, huidizos, cada vez más distantes como un paisaje que se ahogara lentamente”. “La veo pasar – la lluvia- ahora, en un ir y venir de música que se lleva sin sentirlo, el cuerpo leve de los sueños en el atardecer de este julio melancólico”.
SECRETA ISLA, cuarto libro, publicado en 1.951, apareció con cinco partituras para piano del maestro Pedro Biava. Los poemas musicalizados fueron: Secreta isla, Canto desolado, Raíz antigua, Los días del verano y Fuga. Años más tarde, la Orquesta Filarmónica los unió en forma de poema sinfónico y los interpretó en el teatro de Bellas Artes, pero nunca quedó registro de esta interpretación.
En el poema SECRETA ISLA, que da nombre al libro, el viento leve que pasa, eterniza un momento inconcluso, de aliento contenido, de mirada que hace abstracción de lo circundante. El paisaje desaparece alrededor de los amantes, cuando no es también símbolo de lo lejano y la huída: “golondrinas transitorias”, “Lejos, el pino se hace cada vez más hondo, de música distante”, “En vano están los pájaros, las nubes y el cielo, siempre huyendo hacia el ocaso”.
Y también la fuga, elemento proveniente del romanticismo alemán, como manifestación de la angustia frente a la existencia y retomado en la vanguardia por algunos autores, aparece no sólo en SECRETA ISLA, sino en los libros anteriores y la cito con predilección, pensando en que la poesía, de hecho es una forma de evasión, la única forma de la nostalgia, con su sentido de la orfandad, de búsqueda de algo, llámese Dios, divinidad, energía o materia y resaltando así un profundo sentido religioso.
Entre 1.962 y 1.981, aparecen tres antologías de la poesía de Meira: una, bilingüe- español- italiano, publicada por la Editorial Maía de Sierra; otra titulada Huésped sin sombra, Antología del Instituto Colombiano de Cultura Hispánica y una tercera, que contiene los cuatro primeros libros.
En REENCUENTRO el tema de la muerte, toma fuerza; pero no ya en el tono retador de sus poemas de adolescencia, sino con acento diferente: con desolación, pero sin derrota; con dolor de despedida pero sin la angustia del naufragio :”Nada deja mi paso por la tierra.// En el momento del callado viaje, // he de llevar lo que al nacer me traje:// el rostro en paz y el corazón en guerra.//” Y también la otra muerte, la que convierte la vida en “un dejarse ir” junto a la sombra fluyente del amado.
El mismo tema aparece en LAÚD MEMORIOSO, en cuya primera parte titulada Presencia y Ausencia del Amor, notamos que los instantes, la sombra y el vuelo, la brevedad de la estación en esta patria de la vida, nos recuerda siempre la sutil finitud de nuestra existencia, la inevitable cita con la jardinera de los camposantos, pero la poeta lo hace sin dramatismo y con claridad reveladora. La segunda parte de LAÚD MEMORIOSO, titulado El mar cambió de nombre, con poemas como Ofelia, Dafne, Narciso, el unicornio y otros personajes de la flameante orilla de la mitología y que remata con las diminutas Casidas como la que dice: “Relampaguea, huyendo, la palabra”.
Y concluyo, en medio de la fugacidad de este instante, con el esplendor de un verso de Meira que dice: “Este día con aire de paloma, será después recuerdo”. Y ese recuerdo, pienso, tendrá un nombre: MEIRA DELMAR, poeta única y ser humano incomparable que siempre será nuestra inspiración y modelo

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