sábado, 19 de mayo de 2012

Andrés Elías Flórez Brum

EL NOVIO DE TÍA LORENA
Andrés Elías Flórez Brum
(Cuento del libro inédito ¡Alfa, Casa y Aldea!)


Todos nosotros estábamos reunidos en el comedor.
(No podría ser en la cocina donde no había asientos).
Cuando sentimos que la puerta de la calle medio se abría. Un visaje y las pisadas muy tenues que subían la escalera hacia las alcobas del segundo piso.
---Es un duende--- dijo en el acto tía Lorena—el duende Juan Lara, el que está enamorado de mí.
Se sintió una leve ráfaga de viento.
En efecto, todos nos miramos con intención de hacer algo. La intención, acaso, de tenderle una trampa.
Apenas anochecía, aunque, por el mes, se presagiaba luna llena. Por la ubicación de la casa, la sala se hallaba en penumbra. El tema de la radio, a medio volumen, se interrumpía, como si un ser invisible moviera el botón del dial.
---¡La ventana! – dijo tía Lorena—, la ventana, cierren la ventana.
Se aseguró la puerta con los pasadores y se le dio llave a la chapa de la cerradura.
Al instante, se trajo la vieja bañera y se llenó de agua y se puso al pie de las escaleras. Con un hisopo esparcimos polvo de ajo molido y jabón también en polvo.
---Los duendes no se bañan – dijo tía Lorena –le tienen pavor al agua.
Por los pasos que se sintieron en los peldaños se notó que había subido las escaleras al revés. Vale decir, de espaldas a los pasos, como si los contara, y sin quitarnos la vista mientras subía.
Corrimos a las alcobas del segundo piso y luego de una presurosa requisa, aseguramos todos los intersticios, rendijas y claraboyas y cualquier hueco por donde cupiera el duende y pudiera escapar.
Avanzamos por los pasillos y barandas y dejamos al descubierto todos los espejos visibles. Pues podrían servir de trampa, dado el repudio que los duendes sienten por su propia imagen.
(Según los de casa, la imagen de los gnomos no se refleja en la luna del azogue).
Pendimos de las paredes ganchos de ropa con cuerdas y lazos donde pudiera caer colgado.
La voz inaudible de alguien venía a nosotros.
Cuando de súbito vimos que del techo bajaba una intensa claridad.
---¡El techo!-- gritó tía Lorena quien a la postre lo que hacía era seguir detrás de nosotros.
Y cuando miramos al techo se abría un boquete de veinte centímetros de ancho por noventa de largo.
--Ningún duende—dijo tía Lorena—ningún duende mide más de noventa centímetros – mientras se sostenía, con ambas manos, la falda.
Todos miramos a tía Lorena y le vimos el rostro enmarcado en una aureola de felicidad. Los ojos querían saltar de sus órbitas. El rubor que le besaba las mejillas crecía en un intenso rosado…
Entonces dijo con voz dichosa:
---Dejen a ese duende tranquilo. A lo mejor ni ha salido de casa.



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