lunes, 4 de mayo de 2009

Ética, Literatura y Política


Rafael E. Yepes B.
(Escritor Cartagenero)


Un hombre sin ética es una bestia salvaje
soltada en este mundo.
Albert Camus.


Hemos querido comenzar esta breve reflexión, partiendo del análisis de un artículo publicado en la revista dominical de El Universal el día 6 de septiembre de 1988, en el cual, su autor, Moisés Rocha Jiménez, resalta la imagen de uno de los más grandes cantantes y músicos cubanos, el gran “Benny” Moré, el “Bárbaro del Ritmo”, llamado así por su enorme talento y extraordinaria capacidad para improvisar. No creemos pecar de exagerados si afirmamos que es, tal vez, el mejor cantante antillano de todos los tiempos pues su voz es inigualable y su estilo ha sido imitado por muchos intérpretes como Héctor Lavoe (q.e.p.d.), Oscar de León, Rubén Blades, Cheo Feliciano y Andy Montañez, entre otros.
Pero este no es el objeto de nuestra disertación. Lo que aquí nos motiva y nos impulsa a mencionarlo, es una anécdota suya referida por Rocha Jiménez en su escrito, según la cual, estando “Benny” Moré en el escenario de un lujoso local, listo para comenzar su actuación, se enteró de que a un amigo suyo, el cantante de “feeling” José Antonio Méndez, no lo dejaban entrar porque era negro. Su disgusto fue tal que ordenó a la orquesta bajar del escenario y, junto con su amigo, se fueron para otro lugar a cantar y a celebrar hasta el amanecer, sin importarle un bledo el contrato ni el dinero ni nada. Sólo una cosa tenía clara: la solidaridad y la lealtad para con alguien que, como él, también había sido víctima de la discriminación social por ser negro y, además, pobre.
Vale la pena preguntarnos, entonces, hasta dónde es posible la formación ética y la educación en valores a través de la literatura o de un escrito como el presentado. A lo largo de la historia abundan los ejemplos y, en más de una oportunidad, una novela, un cuento, un poema, un ensayo o simple artículo periodístico han sido utilizados para reflexionar acerca de la importancia de los valores, la ética profesional, el deber moral y otros temas similares.
Sin embargo, tanto la teoría como la práctica de la moral poseen un trasfondo político, social y económico que las relativiza, lo que permite que un hecho sea juzgado a partir “del color del cristal con que se mire”. Por ello, ¿Cuál es la diferencia entre estudiar a Borges o a Sade? ¿Quién tiene más “valor moral”, García Márquez o Vargas Vila?
Durante la época de la Colonia, el Tribunal de la Santa Inquisición (aún creemos que existe) publicó un códice o guía de autores prohibidos por la Santa Madre Iglesia que no debían ser leídos por los fieles católicos so pena de ser excomulgados y quedarse para siempre condenados al fuego eterno de Lucifer. No obstante, en la lectura de estas obras interdictas encontramos innumerables ejemplos de valores éticos trascendentales que cuestionan esta medida coercitiva y, a todas luces, prejuiciada.
Herederos de la cultura judeocristiana y de la moral farisea traída por los españoles, los colombianos nos hemos acostumbrado al juego de la doble moral: dejar hacer y dejar pasar (laissez faire, laissez passer) siempre y cuando nadie se dé cuenta. Ese fue el motivo por el cual Vargas Vila fue sometido al ostracismo durante tanto tiempo. El mismo que mismo que propició el juicio a Oscar Wilde, el asesinato de Federico García Lorca y la condena en el “El Extranjero” de Camus. ¿Qué otra cosa podría ser si no el valor de atreverse a decir y a vivir lo que otros ocultan por pura conveniencia mezquina? Afortunadamente, el Papa Juan Pablo II, ese santo varón ya fallecido, en nombre de la Iglesia, le pidió perdón al mundo por el genocidio que significó la conquista y la colonización de América, lo mismo que la brutalidad cometida contra Galileo Galilei.
A mediados de los años sesenta del siglo pasado, los postulados que fundamentaban la moral cristiana fueron cuestionados. Mayo del 68, el Movimiento Hippy, la Revolución Cubana, el Movimiento Feminista, el “Poder Negro”, Martin Luther King y otros acontecimientos más, pusieron sobre el tapete la lucha por los derechos de los más débiles, de los discriminados en razón de su raza, sexo, religión u orientación política. El Concilio Vaticano II le abre las puertas a la Teología de la Liberación, produciéndose una especie de “cisma” entre el clero católico conservador y el de “izquierda” que comulgaba con las tendencias socialistas de la época.
El hombre de la segunda mitad del siglo XX contempló el desplome de las cosmovisiones filosófico-religiosas y se sintió huérfano de una imagen religiosa que fundamentara la normatividad moral de la sociedad. Esto, produjo una crisis de valores morales que se sintió primero en los países desarrollados y, luego, en los subdesarrollados, llamados eufemísticamente “en vías de desarrollo”. Esta crisis provocó un “vacío” ético al ser afectadas las éticas tradicionales.
Ante esta situación, la Ética se vio obligada a asumir su autonomía y, desde ella, construir nuevos fundamentos que “llenaran” el vacío dejado por la desaparición del código moral único, el judeocristiano. Dicha fundamentación, se hizo teniendo en cuenta el pluralismo moral surgido de la crisis de las grandes religiones y de la autonomía reivindicada por los diferentes grupos culturales y políticos que se sentían marginados por la visión totalitaria del mundo que existía hasta entonces.
Esta Nueva Ética, fundamentada en el diálogo, propone algunas actitudes más acordes con el ser específico del hombre, desde las cuales se puedan enfrentar los problemas de sociedad actual como la miseria, la violencia en todas sus formas, el desempleo, la guerra, el hambre, la corrupción, la eutanasia, el aborto, las uniones del mismo sexo, la contaminación ambiental, la destrucción de los ecosistemas, la manipulación genética, la experimentación científica, los nacimientos in Vitro y la clonación, entre otros.
La Ética Dialógica o Comunicativa, que se sustenta en el diálogo y la argumentación, plantea la negociación como fórmula para llegar a los acuerdos que beneficien a todos por igual, sin diferencias de ninguna clase. Nace así, un nuevo código moral que remplaza al anterior: la Moral Civil, la cual tiene el reto de corregir y transformar los errores cometidos por la Moral Religiosa para poder alcanzar la convivencia pacífica anhelada por todos.
De allí, que la literatura siga generando polémica al ser utilizada como instrumento para la enseñanza de los valores éticos universales, en especial, la tolerancia y el respeto por la diferencia, fundamentos para la convivencia pacífica que necesitamos con suma urgencia. De no ser así, dejaría de cumplir su función como tal y se convertiría en un medio para estigmatizar, juzgar y condenar a todo aquel que piense o actúe distinto a los demás. Como en la época de la Inquisición y de la reina Victoria, del “realismo socialista”, de la “Revolución Cultural”, del nacional socialismo, del fascismo y de los más oscuros momentos de los totalitarismos de izquierda o de derecha.
Todos recordamos con horror el genocidio nazi contra los judíos, los campos de trabajo forzado soviéticos, las masacres de las dictaduras militares en América Latina, la intolerancia de los dirigentes cubanos a comienzos de la Revolución y que aún persiste en nuestros días, las intervenciones militares norteamericanas en diferentes partes del mundo para detener el avance de la “amenaza comunista” o defender sus intereses económicos, las masacres y los desplazamientos forzados en nuestro país por cuenta de la guerrilla, el narcotráfico, los paramilitares y la violencia del Estado contra todo aquel que se oponga o no esté de acuerdo con sus ideas u opiniones.
Quienes estamos al frente de la enseñanza del lenguaje y de la literatura no debemos olvidar jamás el compromiso moral que tenemos de formar hombres y mujeres libres de todo rencor y desprecio por las ideas ajenas para lograr un mundo mejor en donde todos quepamos, sin distingos de ninguna clase, y en el cual pueda llegar a ser realidad, algún día, el Paraíso Terrenal que tanto anhelamos.
Además del compromiso moral, también tenemos un compromiso político, puesto que la literatura no puede ser ajena a su momento histórico. No se trata de ponerla al servicio de la política, como ha sucedido tantas veces, sino de coadyuvar en la transformación de la sociedad, pues el hombre, así como es un ser social, también es un animal político.
Por eso, ¡Qué vivan para siempre Sartre y Camus, Wilde y Whitman, Lorca y Neruda, García Márquez y Vargas Vila, Sade y Borges y todos aquellos que sería interminable mencionar por su contribución al desarrollo del valor ético más universal: la tolerancia y el respeto por la diferencia como su aplicación práctica.!

REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS
APEL, Karl Otto. Teoría de la verdad y ética del discurso. Paidós, Barcelona, 1991.
ARISTOTELES. Ética a Nicómano. En Obras. Aguilar, Madrid, 1997.
BACON, Francis. Ensayos sobre la moral. UNAM, México, 1974.
BUNGE, Mario. Ética y ciencia. Siglo XX, Buenos Aires, 1983.
CORTINA, Adela. La ética de la sociedad civil. Anaya, Madrid, 1995.
Dominical, Cartagena, 6 de septiembre de 1988.
FROMM, Erich. Ética y psicoanálisis. F. C. E., México, 1969.
GONZALEZ A., Luis José. Ética latinoamericana. U. Santo Tomás. Bogotá, 2003.
HABERMAS, J. Teoría de la acción comunicativa. Taurus, Buenos Aires, 1989.
KÜNG, Hans. Proyecto de una ética mundial. Trotta, Madrid, 1990.
MONSALVE, Alfonso. Teoría de la argumentación. U. de Antioquia, Medellín, 1992.
ROCHA J., Moisés. “Benny” Moré: el “Bárbaro del Ritmo”. En El Universal

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