domingo, 28 de junio de 2009

Análisis

Amaury Díaz Romero
El Escritor y la Política

Amigos escritores, empiezo[1] estas reflexiones con una pregunta ¿por qué fácilmente desaprendemos de la historia? Es lamentable que esto ocurra. Nos dejan un legado y no aprendemos y si aprendemos, lo olvidamos. Es algo contradictorio, paradójico, pero el gremio de los escritores –si de gremio podemos hablar- es uno de los más apáticos, con una negligencia elevada al más alto grado de la cuántica intelectual con relación a la política. Si bien la política, platónica es el arte de gobernar, ¿Quiénes lo hacen? Los ciudadanos. Es decir, no existe ningún complejo ni de izquierda ni de derecha para que los artistas y escritores, siendo también ciudadanos, no participen de los destinos de su propia familia, de su ciudad y de su país. Es una actitud cruelmente egoísta estar al margen de todo, permanecer quietos, como piedras o cardúmenes muertos en el fondo del mar, sin importarnos la vida colectiva. Desde la universidad, incluso, en el colegio, de manera equivocada nos quieren hacer entender que la política y la literatura son como el agua y el aceite. Sobre la base de este concepto erróneo aparecen los parnasianos. Pero no, la política es un frondoso árbol, quizás el árbol de la vida. Todo se desprende de ahí. La salud es una rama de ese árbol, la educación, la geografía, la cultura, la economía, la filosofía, la industria, la literatura son ramas de ese árbol. El nacimiento de un bebé, la aparición o desaparición de una enfermedad, la compra de la carne, de la leche, de las frutas, el costo del transporte, los servicios públicos domiciliarios, el simple hecho de adquirir una camisa, un par de zapatos, o, incluso, beber una bolsita de agua, aunque usted no crea, depende de ese árbol frondoso. Quieren hacernos creer que la política no tiene nada que ver con la trigonometría, ni con asuntos científicos, ni con la capa de ozono. Los politiqueros –que son aquellos que hacen mal uso de la política- se esfuerzan por alejarnos, a los escritores, de la política. Les cuento la historia de un amigo que era un prestigioso médico con magníficos émulos económicos y que se vanagloriaba diciendo que él era apolítico. De pronto vino la ley 100 y prácticamente acabó con la respetable profesión de los médicos y a él lo puso en una situación difícil en donde sus pacientes se convirtieron en clientes que atendía a través de una EPS. La ley 100 transformó a la salud en un sistema y en un negocio completamente deshumanizado, rentable para las entidades privadas, mas no para los médicos. Hoy ese amigo médico reconoce que las políticas públicas del gobierno han estimulado el proceso de deterioro de su profesión.
En el ámbito literario, mientras el gobierno siga incrementando el impuesto al papel y ese valor agregado a los libros, sin ninguna clase de estímulos tributarios para los escritores, siempre nos estará perjudicando con su política.
La política puede alternarse con la acción cultural. Lo político y la literatura, con la filosofía y la historia se amalgaman. Lo que Savater llamó “la mezcla sabia”. En el Siglo de oro español, las letras alcanzaron un esplendor. Entre sus rasgos característicos, encontramos, además del vigor, la mística, el apogeo de la novela y la poesía, la participación del intelectual en la actividad política. Fray Luis de León, profesor de la Universidad de Salamanca, fue un poeta apacible, inspirado en los clásicos griegos y latinos, organizador de núcleos políticos. Fernando de Herrera, célebre por la encendida fantasía, la magnificencia de las imágenes y la elegancia y sonoridad del estilo de sus odas y poesía, participó en los bizantinos debates contra el gobierno. El llamado Fénix de los Ingenios, o sea, Félix López de Vega no fue indiferente. El mismo Miguel de Cervantes Saavedra, máximo exponente de las letras del mundo español tiene por objeto aparente burlarse de los libros de caballería y del exagerado afán de aventuras, pero su verdadera significación es más profunda. A través de su personaje se convierte en el símbolo de una época contra bufones y políticos. El alcalde de Zalamea, una de las obras de Pedro Calderón de la barca, soldado en su juventud y luego eclesiástico, ejerció encargos políticos también. Otros autores que están muy lejos de ser señalados de escritores parnasianos, como Luís de Góngora y Argote, poeta culterano y brillante; Baltasar Gracián, famoso por su obra El criticón y Tirso de Molina, autor de más de 70 dramas y comedias, como El burlador de Sevilla, basado en las leyendas de Juan Tenorio, son escritores que de alguna u otra manera estuvieron en acciones políticas de la época, por supuesto, unos más que otros.
El movimiento filosófico y científico europeo se debió a la intensa actividad política de sus protagonistas. Muchos escritores y políticos escribieron sus obras en el idioma nacional y no en latín, lo que permitió su difusión entre el público. Se formaron asociaciones literarias y científicas que plantearon acciones con movimientos políticos que difundieron memorias y revistas. Los franceses Descartes y Pascal crearon las matemáticas superiores. El alemán Képler sentó las leyes del sistema planetario solar; el italiano Galileo construyó el primer telescopio y estudió las manchas solares, la vía láctea, las nebulosas. El inglés Newton formuló la ley de la gravitación universal. El cardenal Richelieu fundó la Academia de letras, pero también apoyo el Cónclave de Ideas Políticas.
Frecuentemente, pues, se cree que la literatura y la política son disciplinas contrarias e incluso excluyentes. Sin embargo, la historia demuestra lo contrario. El hombre con el transcurrir del tiempo ha utilizado la expresión literaria, propia de cada cultura específica, para plasmar la cosmovisión que responda a sus diferentes momentos históricos. Así, los primeros políticos que a su vez fueron los primeros filósofos (Thales, Heráclito, Parménides, Anaxágoras) no escribieron tratados rigurosamente sistemáticos desde el punto de vista racional o políticos sino poemas. Platón –cuando habló de política- acudió al lenguaje literario para poder explicar sus ideas. Rousseau, Voltaire, siguieron el mismo estilo. Marx y Engels citaban muy a menudo a Shakespeare o a Goethe para ilustrar sus ideas. Nietzsche y Sastre expusieron sus pensamientos con hermosas piezas literarias. Mao Zedong no ocultó jamás su gran consideración y respeto por la literatura, incluso publicó libros suyos de poemas. Para muchos, Stalin, no fue un gobernante sino un escritor. Lo mismo se puede decir de Lenin y Trosky.
Entonces, ¿cuál es la diferencia? No hay ninguna diferencia. La literatura se nutren de la política y la política se nutre de la literatura. Son vasos comunicantes, y ambas, tanto la política como la literatura, en última instancia, tratan de resolver el misterio de la existencia y la solución de los problemas sociales. Ambas son profundamente humanas, antropocéntricas. La política utiliza la persuasión, la literatura la imaginación. Como dice el gran Rulfo, “para ver la realidad se necesita mucha imaginación”. Carpentier para entender el fenómeno de los dictadores latinoamericano, escribió por oposición al racionalismo cartesiano, El recurso del método. El discurso y el recurso, ambos armados de imaginación, para asimilar epistemológicamente la realidad, que es una y múltiple.
El escritor que se queda en las formas de expresión escribirá sólo oquedades. El político necesita de las formas literarias para que su abstracción sea comunicable. Por eso Sastre decía: “La política y la literatura son amantes”. No hay lugar, pues, para unilateralidades. La política existe, pero también la literatura. La buena política no debe ser satanizada, la satanizada es la politiquería. Uno de los pensadores que originaron el concepto de posmodernidad, Gianni Vattimo, que visitó Colombia en el año 2000, expreso que “hay una malévola tendencia a crear una separación entre la política y la literatura, cuando en esencia no es así”. Un escritor –siguió diciendo- tiene que hacer política, los escritores deben llegar a la presidencia de sus respectivos países y poner en práctica lo que escriben, si fracasan, no importa, no son los primeros, pero, por lo menos fueron, honestos”. Por su parte, Carlos Fuentes, ya decía, “los intelectuales puros, esos que no se preocupan de la política ni escriben en los diarios jamás la sociedad les deberá nada, porque nunca hicieron nada”. La pluma del escritor debe ir a favor o en contra del poder, pero debe ejercer esa vocación libremente. La insoportable levedad del ser, de Kundera, es la novela ensayística contra el poder totalitario. El cuarto protocolo, de Frederick Forsyth, es la novela que se inserta en la acción de una guerra secreta. El archipiélago de Gulag de Soljenitsin es un dardo al corazón de la desaparecida Unión Soviética. Boris Pasternak, por el contrario, enaltece el gobierno moscovita. Aquí no es interesante la actitud del escritor sino su participación. El escritor no puede seguir viendo la política como “un demonio” y encerrarse en su búnker, aislado del mundo, fantaseando y creando su propio mundillo a costa del olvido, la insolidaridad y el desprecio por lo sensible y lo colectivo. El escritor no puede seguir creyendo que proviene de otra galaxia y que tiene una contextura espiritual y mental diferente. Todos somos seres sociales. La revolución humana nos ha colocado en un sitio, en el cual, tenemos la imperiosa necesidad de corresponder con unos patrones de existencia, entre ellos la política y el talento literario, al servicio de la sociedad, sin asistir al menoscabo de uno u otro.
La política que práctica el escritor, o viceversa, la literatura que práctica el político es lo que demostrará la eficiencia de esta simbiosis. La indiferencia del escritor, lo excluye del ancho y difuso mundo ciudadano, lo reduce a parcelas, círculos o capillas. Por el contrario, el compromiso, lo catapulta, rompe fronteras sociales y geográficas. La participación, en un principio, de García Márquez, en el frente político, por allá en la década del 70 y comienzo del 80, aunado a su talento literario, contribuyó para alcanzar la cima y comenzar un proceso de aprendizaje. García Márquez tiene muy bien claro su oficio de escritor y sus posiciones políticas. Sabe que el escritor no puede dejar de ser político. Una vez dijo: “Mientras vivamos es un crimen no tener participación política activa”. En otra ocasión expresó: “Para mí no hay un solo acto de mi vida que no sea un acto político”.
Pero el escritor y la política continúan teniendo una historia interesante. Rubén Darío, autor de Prosas profanas, el gran renovador de la poesía en lengua española, en un momento de su vida, ideológica y políticamente, fue un revolucionario con un verbo que arrojaba como granada, religiosamente, fue un anticatólico. Su actividad política le permitió un puesto en la Biblioteca Nacional de Managua. Su activa participación en la arena política lo llevó a ser cónsul de Nicaragua en París, luego fue nombrado miembro de la delegación de su país a la Conferencia Panamericana de Río de Janeiro. Rafael Nuñez, presidente de Colombia, único mandatario que ha tenido nuestra región Caribe, también fue poeta y político; fue el compositor del Himno Nacional. Kafka asistía a las reuniones políticas de los nacional demócratas checos. Dostoievski sentía admiración por las ideas socialistas, aunque después quiso ser amigo del nuevo zar Alejandro II.
Miguel Ángel Asturia, guatemalteco, Premio Nóbel de literatura, autor de Señor presidente, una de las más grandes novelas de toda la literatura hispanoamaericana, perteneció al partido unionista que luchaba contra la dictadura de Estrada Cabrera. Su literatura la alternaba con los comentarios políticos que escribía. En 1921 Asturias viajó por primera vez a Méjico, formando parte de una delegación estudiantil guatemalteca al Congreso de Estudiantes latinoamericanos. El presidente Arévalo, tras la caída del dictador Ubico, lo nombra agregado cultural en Méjico. Después lo nombran de embajador en Argentina, luego en San Salvador. Años posteriores, cuando la OEA se reunió en Montevideo con la asistencia de Fidel Castro, Asturias organizó al mismo tiempo una reunión de intelectuales que se solidarizaron con la política cubana. En dos oportunidades Asturias se entrevistó con el líder cubano, quien lo invitó a Cuba al año siguiente, donde Asturias es jurado de los premios literarios que anualmente otorga la Casa de las Américas. En Guatemala, 1963, se entrevistó con algunos líderes guerrilleros. Estos grupos estaban divididos en dos bandos: los trotskistas y los procastristas. Asturias pensaba que por la vía armada no se llegaría a ninguna solución y procuraba obtener acuerdos políticos, y de esa manera tratar de detener el desbordamiento de una guerra civil. Otro presidente, Méndez Montenegro, un amigo suyo, que representaba un gobierno de transición, lo nombró embajador en París. En pleno ejercicio de sus funciones diplomáticas, recibe la noticia de que la Academia Sueca acababa de otorgarle el Premio Nóbel de Literatura.
Otro escritor es Pablo Neruda, el poeta de América, también Premio Nóbel de Literatura. Sus actividades políticas fueron intensas como lo fueron sus actividades literarias. La guerra civil española lo cogió en España y se vio obligado a salir hacia París. En medio del conflicto, la violencia y la sangre, Neruda se reunió en París con otros poetas y lanzaron una proclama que distribuyeron en las calles que decía: “Los poetas del mundo defienden al pueblo español”. Un año después regresó a Chile y fundó el movimiento “Alianza de Intelectuales” y comenzó a participar en la campaña electoral que llevó a la presidencia al candidato del Frente Popular, Pedro Aguirre. Organizaba recitales e intervenía en los mítines políticos. Entonces el presidente Aguirre lo nombró cónsul en París y Neruda se convirtió en el protector de los refugiados españoles que emigraban hacia América latina y en especial a Chile. En una ocasión asistió en Montevideo como delegado de la “Alianza de Intelectuales de Chile” al Congreso Internacional de las Democracias. Después lo nombraron como cónsul en México. Allí intensificó su lucha antifascista, esto le costó una agresión en Cuernavaca por parte de grupos pronazis. Cuando vino a Colombia, lo recibió el presidente Alfonso López Pumarejo y lo declaró huésped de honor. De regreso a Chile se lanzó como candidato al senado de la República y salió elegido. Ese año obtuvo el Premio Nacional de Literatura e ingresa formalmente al Partido Comunista de Chile. Como senador luchó sin descanso contra la injusticia social y trató de equilibrar su ideología marxista con el desarrollo de su conciencia poética. Después sufrió la persecución del presidente González Videla y debió pasar a la clandestinidad, pero antes, pronunció un discurso en el Senado con el titulo “Yo acuso”. Durante un año Neruda vivió en refugios clandestinos preparados por sus amigos y en condiciones difíciles escribió Canto general. Como pudo salió del país y asistió al Primer Congreso Mundial de Partidarios de la Paz, fue a los festejos del 150 aniversario del poeta Pushkin. Recibió, en Moscú, homenaje por parte de la Unión de Escritores Soviéticos. Recibió junto con Pablo Picasso y el poeta turco Nazim Hikmet el premio internacional de la paz por su poema Que despierte el leñador. Cuando las condiciones políticas en Chile fueron más favorables, Neruda regresó y bautizó el movimiento político de Allende con el nombre de “Unidad Popular” que a la postre llevó a su amigo a la presidencia en 1970. Por ese tiempo fue cuando también, fue nombrado embajador en Francia y el poeta recibió asimismo el Premio Nóbel de Literatura.
La historia demuestra que la actividad literaria y la acción política se entremezclan. La lista es larga, los ejemplos son muchos y disímiles. Vargas Llosa, creador de verdaderas obras maestras de la narrativa contemporánea, es un artífice del manejo del lenguaje y la novela. Simultáneamente, su huella en el mundo de la política, tanto por sus polémicas posiciones ideológicas como por su participación en la vida pública y política de Perú, lo convierte en un pensador y un ensayista político de primer orden. Recordemos que Vargas Llosa fue candidato a la presidencia de su país. Es un escritor reconocido por sus posiciones de derecha.
Igualmente, Julio Cortázar fue un escritor ex profeso con la revolución cubana, aunque después se distanció de ella. Borges, políticamente, fue un anticomunista manifiesto. Sentía simpatía por las ideas fascistas. El día que mataron al Che él estaba dictando clases en una universidad de Buenos Aires y cuando los estudiantes apagaron las luces, suspendieron las clases y salieron a protestar, Borges, medio ciego, se quedó en el salón, sin luz, casi solo, dictando la clase, con una atroz indiferencia, como si nada estaba pasado.
Los ejemplos, pues, son palpable. El escritor y la política no se excluyen, ni mucho menos se repelen. Sin embargo, la participación del escritor colombiano en la política es muy escasa, se nos cae el país a pedazos y cada quien anda encerrado en su búnker viendo palomitas brillantes, estrellitas calcáreas y pececitos dorados, sin importarles las más horripilantes formas de violencia, y con el concepto equivocado de que la literatura no tiene nada que ver con la política.
[1] Amaury Díaz, presidente de la Asociación de Escritores del Atlántico

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