lunes, 1 de noviembre de 2010

Antonio Botero Palacio

ENTRE LA ESPADA Y LA PALABRA SE EDIFICAN CINCO REPÙBLICAS.

Antonio Botero Palacio
(VIII PARLAMENTO NACIONAL DE ESCRITORES)


En la apabullante figura del general Simón Bolívar han cabido las más multifacéticas apreciaciones, creadas en torno a los determinantes que mueven la personalidad humana, allí las formas de cultura, el conocimiento histórico, los idearios políticos, van estereotipando la realidad de un hombre, con rasgos y características acomodadas a formas conceptuales las más de las veces influìdas por el amor, por la pasión o por el odio.

Ante la historia serán disímiles los conceptos que sobre el general pudieren haber tenido Laureano Gómez, Alfonso López Pumarejo, monseñor Miguel Ángel Builes o Juan de Dios Uribe.

Con todo el respeto y la admiración que guardo por los merecimientos del General me voy a permitir, tratando de no maltratar su mágica y sublime proyección histórica; me voy a permitir desmontarlo del ciclópeo monumento que lo exhibe como trofeo de mil epopeyas de gloria para presentarles al Simón Bolívar que he ido construyendo allá muy al fondo de mi interioridad: Bolívar, el hombre; el mismo a quien acobardan el hambre y la sed, el Bolívar corroìdo por las pasiones, el que agoniza en Pativilca y suspira aprisionado entre los brazos de Manuelita Sáenz, el Bolívar de las derrotas, el que llora cuando lo abandonan sus amigos y el que carcomido por la tuberculosis hace testamento en San Pedro Alejandrino de cuanto deja para su Patria y por supuesto para su soledad y su abandono.

Pero, vive también, para la historia, otro Simón Bolívar sin espolines, sin charreteras, que guarda en las viejas panoplias su espada libertadora para encender su verbo con la misma sonoridad con que lo hacen las campanas que derraman las voces del ángelus desde las espadañas de la capilla rural; es èste, sin duda, el Bolívar creador, el soñador de Patrias, el genio que redime, el inventor de futuros, el que lleva en la limpidez de su palabra sonoridades de eternidad y cuando en sus noches cálidas enhebra su palabra profética, va intercalando perlas entresacadas de ese cofre que en buena hora le regalara su maestro Simòn Rodríguez y va armando - sin saberlo - piezas literarias donde el epíteto, la metáfora, el símil, la antìtesis y la anáfora, van presentando - para la posteridad - el pensamiento literario del libertador y, es este el Bolívar que sueña, el que se arropa bajo la sombra paternal de Antonio José de Sucre, el que aprende la resignación en la escuela de don Antonio Nariño, el que vigila la espada victoriosa de José María Córdoba, el que lo entrega todo por la causa libertadora, hasta soportar la testarudez de Josè Antonio Pàez o aguantarse el pestilente aliento del general Maza.

Este es el Bolívar que hoy traemos; lo hemos apeado de su caballo Palomo y, despojado de su armadura, hemos venido a escuchar con sincera admiración su delirio sobre el Chimborazo y, la América se estremecerà con su palabra encantada.

“Tenía a mis pies los umbrales del abismo….”

“Los lìmites de mi imperio los señala el infinito”.

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“Sobrecogido de un terror sagrado, ¿Còmo?, ¡Oh

tiempo! – respondì – ¿no ha de desvanecerse

el mìsero mortal que ha subido tan

alto?”.

“Yo venìa envuelto con el manto de Iris, desde donde paga su tributo el caudaloso Orinoco al dios de las Aguas.”

“Habìa visitado las encantadas fuentes amazònicas y quise subir al atalaya del Universo. Busquè las huellas de La Condamine y de Humboldt; seguilas audaz, nada me detuvo.

Lleguè a la regiòn glacial, el éter sofocaba mi aliento. Ninguna planta humana habìa hollado la corona diamantina que pusieron las manos de la Eternidad sobre las sienes excelsas del dominador de los Andes.”

“Yo me dije: Este manto de Iris, que me ha servido de estandarte, ha recorrido en mis manos sobre regiones infernales; ha surcado los rìos y los mares; ha subido sobre los hombros gigantes de los Andes; la tierra se ha allanado a los pies de Colombia y el tiempo no ha podido detener la marcha de la libertad. Belona ha sido humillada por el resplandor de Iris. ¿Y no podré yo trepar sobre los cabellos canos del gigante de la tierra? Sì, ¡podrè! Y arrebatado por la violencia de un espìritu desconocido para mì, que me parecìa divino, dejè atràs las huellas de Humboldt, empañando los cristales eternos que circuyen el Chimborazo.”

“Sigo, como impulsado por el genio que me animaba y desfallezco al tocar con mi cabeza la copa del firmamento; tenìa a mis pies los umbrales del abismo.”
“Un delirio febril embriaga mi mente; me siento como encendido por un fuego extraño y superior. Era el Dios de Colombia que me poseía. De repente se me presenta el Tiempo, bajo el semblante venerable de un viejo cargado con los despojos de las edades: Ceñudo, inclinado, calvo, rizada la tez, una hoz en la mano.”

Yo soy el padre de los siglos, soy el arcano de la fama y del secreto; mi madre fue la Eternidad; los lìmites de mi imperio los señala el infinito. No hay sepulcro para mì, porque soy màs poderoso que la muerte; miro lo pasado, miro lo futuro y por mis manos pasa lo presente. ¿Por què te envaneces, niño o viejo, hombre o hèroe? ¿Crees que es algo tu Universo? ¿Que levantaros sobre un àtomo de la creación es elevaros? ¿Pensàis que los instantes que llamàis siglos pueden servir de medida a mis arcanos? ¿Imaginàis que habèis visto la santa verdad?
“¿Suponèis locamente que vuestras acciones tienen algún precio a mis ojos? Todo es menos que un punto a presencia del Infinito que es mi hermano. Sobrecogido de un terror sagrado, ¿còmo, oh Tiempo, - respondì – no ha de desvanecerse el mìsero mortal que ha subido tan alto?”

En el manifiesto de Cartagena el libertador hace unos planteamientos polìtico-administrativos-literarios que sorprenden, en primer lugar, por la fluidez de un lenguaje conceptual que alimenta los planes de su ideario libertario; allì su palabra està llena de un planteamiento testimonial que busca abrirse paso por los caminos de América y para dar fuerza a su palabra encantada los hipnotiza con su verbo encendido: “Yo soy, granadinos, un hijo de la infeliz Caracas, escapado prodigiosamente de en medio de sus ruinas físicas y políticas, que siempre fiel al sistema liberal y justo que proclamò mi patria, he venido a seguir los estandartes de la independencia, que tan gloriosamente tremolan en estos Estados.”
Bolívar, que para estas calendas era un solemne desconocido en La Nueva Granada, requerìa de una carta de presentaciòn que abriese de par en par el corazòn de quienes sin duda necesitaban conocerlo para utilizar sin reservas sus capacidades intelectuales, militares y polìticas y, creemos - sin vacilaciones - que sus palabras llegaron a conmover el corazòn del general Lavatut para que asì pudiese iniciar por el rìo de la Patria su campaña admirable.

Conozcamos la fuerza de su palabra y entenderemos que màs allà del militar pundonoroso y honesto habìa un hombre que venìa desde la historia a cumplir el compromiso de rescatar la plena identidad y el pleno ejercicio de los derechos del hombre.
“Libertad a la Nueva Granada de la suerte de Venezuela y redimir a èsta de la que padece, son los objetos que me he propuesto en esta memoria. Dignaos, oh mis conciudadanos, de aceptarla con indulgencia en obsequio de miras tan laudables.”
“Las repùblicas, decìan nuestros estadistas, no han menester de hombres pagados para mantener su libertad. Todos los ciudadanos seràn soldados cuando nos ataque el enemigo. Grecia, Roma, Venecia, Gènova, Suiza, Holanda y recientemente el Norte de Amèrica, vencieron a sus contrarios sin auxilio de tropas mercenarias siempre prontas a sostener el despotismo y a subyugar a sus conciudadanos.”

En la carta de Jamaica encontramos un Bolívar profético que, mirando hacia los iluminados campos de lo por venir, va esbozando como lo plantean sus sueños crear la naciòn màs grande de Amèrica:

“Yo deseo màs que otro alguno ver formar en Amèrica la màs grande naciòn del mundo, menos por su extensión y riquezas que por su libertad y gloria.”
“El oro corrompe todo; el esclavo està corrompido por sì mismo. El alma de un siervo, rara vez alcanza a apreciar la sana libertad: Se enfurece en los tumultos o se humilla en las cadenas.”

Se crece “como crecen las sombras cuando el sol declina”, decìa un clèrigo de Simòn Bolívar, pero, si hubiese estado presente en el Congreso de Angostura agotarìa la fontana de su palabra encendida para delimitar los valores de este soñador que derriba fronteras e hilvana formas de gobierno que proclaman el porvenir de una Amèrica libre.

“Uncido el pueblo americano al triple yugo de la ignorancia, de la tiranìa y del vicio, no hemos podido adquirir ni saber, ni poder; ni virtud. Discìpulos de tan perniciosos maestros, las lecciones que hemos recibido y los ejemplos que hemos estudiado son los màs detractores. Por el engaño se nos ha dominado màs que por la fuerza; y por el vicio, se nos ha degradado màs bien que por la superstición. La esclavitud es la hija de las tinieblas; un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción; la ambición y la intriga abusan de la credulidad y de la inexperiencia de hombres ajenos de todo conocimiento polìtico, econòmico o civil; adoptan como realidades las que son ilusiones; toman la licencia por la libertad, la tradición por el patriotismo, la venganza por la justicia. Semejante a un robusto ciego que instigado por el sentimiento de sus fuerzas, marcha con la seguridad del hombre màs perspicaz, y dando en todos los escollos, no puede rectificar sus pasos.”

Me sorprende hasta lo indecible la carta escrita por Simòn Bolívar a Josè Joaquín Olmedo a la cual adjuntò un poema. El libertador se olvidò de la guerra y hasta de Manuelita y escribiò con prosa virgiliana esta respuesta.

“Hace muy pocos dìas que recibì en el camino dos cartas de usted y un poema; las cartas son de un polìtico y un poeta; pero el poema es de un Apolo.
“Todos los calores de la zona tòrrida, todos los fuegos de Junìn y Ayacucho, todos los rayos del padre de Manco Capacamo han producido jamàs una inflación màs intensa en la mente de un mortal.”

“Usted dispara, donde no se ha disparado un tiro; usted abrasa la tierra con las ascuas del eje y de las ruedas de un carro de Aquiles, que no rodò jamàs en Junìn; usted se hace dueño de todos los personajes; de mì, forma un Júpiter; de Còrdoba un Aquiles; de Necochea, un Patroclo y un Ayax; de Miller un Diomedes; y de Lara un Ulises.”

“Asì, amigo mìo, usted nos ha pulverizado con los rayos de su Júpiter, con la espada de su Marte, con el cetro de su Agamenòn, con la lanza de su Aquiles y con la sabiduría de su Ulises. Un americano leerà el poema de usted como un canto de Homero, y un español lo leerà como un canto del Facistol de Boileau. La introducción del canto es rimbombante: Es el rayo de Júpiter que parte de la tierra.”

La vida del general Simòn Bolívar es un poema que se llena de ternura, de luz y de romanticismo cuando la adornan las siemprevivas de Anne Lenois; que desborda la pasiòn cuando le aprisionan las ansias devoradoras de Manuelita Sáenz, que tiene acero toledano en su verbo viril cuando sin temblor en sus manos firma el decreto de guerra a muerte para los traidores y, con làgrimas nacidas desde el fondo de su corazòn escribe pàginas de indecible dolor, cuando, allà tras las cortinas de la muerte, la perfidia y la traiciòn arrebatan la vida a quien para el libertador fuera màs que un padre: don Antonio Nariño, modelo de virtudes en la Historia de Colombia.

Bolívar habìa viajado por los caminos de la historia y le eran tan familiares las voces de Solòn y de Licurgo en la Antigua Grecia como los planteamientos revolucionarios de Diderot o de Robespier cuando se incendiaron en la Revoluciòn Francesa los caminos de la libertad.

Como làbaros de gloria quedan tendidas a lo largo de Amèrica sus sentencias de varòn integérrimo y el eco de su palabra sobrepasò la filosofìa de la guerra para enseñar modelos de buen gobierno.

Queda el eco de su palabra como signo lapidario de grandeza:

“La suerte me ha colocado en el ápice

del poder; pero no quiero tener otros derechos

que los del más simple ciudadano.”

……………………………………………

“Prefiero el título de ciudadano al de Libertador, porque èste emana de la guerra, aquel emana de las leyes. Cambiadme Señor, todos mis dictados por el de buen ciudadano.”



“Yo he sido soldado de la beldad, porque he combatido por la libertad que es bella, hechicera y lleva la dicha al seno de la hermosura donde se abrigan las flores de la vida.”

“Si se opone la naturaleza a nuestros designios lucharemos contra ella y la haremos que nos obedezca.”

“Yo soy el hombre de las dificultades y no más: no estoy bien sino en los peligros con los embarazos; pero no en el tribunal ni en la tribuna que me dejen seguir mi diabólica inclinación y al cabo habré hecho el bien que puedo.”

“Quisiera tener una fortuna material para dar a cada colombiano, pero no tengo nada; no tengo más que mi corazón para amarlos y una espada para defenderlos.”

“Mis últimos votos son por la felicidad de la Patria. Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro.”

Magangué, abril 07 de 2.010.



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